Canción de cuna para una mosca doméstica
Cuentos. Premio Tiflos de cuentos, Fundación ONCE, Madrid, 1995.
Reseñas
Jean -Luc-Bretón, Europe Plurilingue, Paris, 1998
Reseñas
A medio camino entre la ciencia ficción y la narrativa, la colección de cuentos de Norberto Luis Romero es una lectura encantadora e imaginativa.
El lenguaje del autor es sencillo, redondo, sonoro, casi cotidiano, casi totalmente desprovisto de extrañeza o exotismo. Los narradores de Romero, nunca identificados, parecen intercambiables, hombres, solteros o dominados por esposas castradoras o devoradoras, que intentan ser adultos, enfrentarse a las extrañas situaciones que se les presentan, y nunca lo consiguen del todo. Uno de ellos deja volar su imaginación para revivir al primer propietario de una antiquísima botella de barro, por cuya conquista sacrifica el equilibrio de su ordenado mundo. Otro habita poco a poco el cuerpo de un ciempiés que su mujer aplasta en la última línea de la historia. Un tercero, el narrador del último relato, que da título a la colección, para sacar a su mujer de su depresión, hace componer con mucho gasto una Canción de cuna para una mosca doméstica, que no tiene otra función que la de acompañar la muerte del animal, y sin duda la del amor.
La lógica de los personajes de Romero se basa en premisas falsas, ya que hay que llamar a las que no son nuestras, pero es absolutamente inatacable en términos de razonamiento. No se componen nanas para las moscas (que son sordas), como le recuerdan varios compositores al narrador, pero, si se pudiera hacer, no se haría de forma diferente a la de la novela. Las nereidas son criaturas mitológicas, pero si existieran, no podrían actuar de forma diferente a las que, en el cuento Nereidas, conquistan la tierra isla por isla con sus encantadoras incursiones. En esta colección, nos encontramos siempre en la encrucijada maligna de la paranoia, el delirio y la angustia, «al otro lado del espejo». Y no estamos seguros de nada, sobre todo de nuestra lengua, como demuestra el primer cuento de la colección, Grafilos, sobre las pequeñas bestias invisibles que recomponen los personajes de las páginas de nuestros libros cuando están cerrados, y devoran las letras del corazón de la historia que estamos leyendo.
Romero nos pide, en cada uno de sus cuentos, que vayamos al otro lado, que aceptemos entrar en otra lógica y en otra lectura. Este es el propósito de la ciencia ficción, pero también de la ficción en general. Mucho más allá de Lewis Caroll y su acoplamiento de un narrador adulto y un niño, debemos remontarnos a la mitología clásica para comprender el juego de espejos que Romero nos plantea. Nuestra forma de pensar ha sustituido las teorías rigurosas por las leyendas que, para los griegos y los romanos, explicaban eficazmente el universo. Romero nos obliga a viajar de un modo de pensamiento a otro, según el punto de vista que elija, como en la soberbia imagen de su visión de Samarcanda en el cuento central de la colección (sin relación con una ciudad real que pudiera tener el mismo nombre):
«Samarcanda no es sólo una ciudad: son dos. Una de ellas, evidente a los ojos. La otra, oculta y secreta, de la cual únicamente yo soy capaz de escuchar sus mínimos rumores soterrados y adivinar sus calles empedradas y sus palacios fastuosos.»
Y el otro lado de la realidad, el otro lado del mundo, como en Kafka, Lewis Carroll o Bradbury, sólo nos remite a la angustia de una muerte que nunca puede ser domesticada, la del milpiés o la mosca, la de los humanos hechizados por las hijas de Nereo, o la del lenguaje, evocada forzosamente en el cuento Aviones, donde el paso repetido de aviones invisibles sobre la ciudad tiene el extraño efecto de la perversión absoluta del discurso, hasta el absurdo del caos.
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