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Entrevistas en castellano

Eldiario.es (región de Murcia), 14, septiembre, 2016. José Miguel Vilar-Bou

“NO PODRÍA VIVIR SIN CREAR, SERÍA UN SER CASTRADO”

 

Norberto Luis Romero (Córdoba, 1949) fraguó su universo artístico durante su infancia y juventud en Argentina, pero es en Europa donde desarrolló su obra. Heredero de la rica tradición hispanoamericana del cuento fantástico, descubrió, a su llegada a España en 1975, un país cuya literatura llevaba siglos anclada en el realismo. Partiendo de Borges y Cortázar, evolucionó rápidamente hacia una narrativa de deslumbrante originalidad, llena de mundos tormentosos y extraños. Nunca temió abordar asuntos incómodos, difíciles: la deformidad física, la enfermedad, la demencia, el sexo como abuso y tormento, el mal. Todo ello con una prosa hermosa, vivísima. Sus cuentos fantásticos, profusamente premiados en los ochenta y noventa, mantienen hoy toda su capacidad de transgresión, sorpresa y desconcierto. Han sido traducidos a inglés, francés, italiano y alemán, y difundidos en Estados Unidos. En España, sin embargo, han quedado inexplicablemente fuera del foco. El tiempo juega, en todo caso, en su favor: La desnuda obra de Norberto Luis Romero se reivindica por sí misma. A sus 67 años, reside en Colonia, Alemania. Sigue considerándose un transgresor: “A mí ya no me cura nadie. Ni la literatura, ni las artes plásticas, ni nada”, afirma con humor.

¿Cómo es el desafío de ser escritor cuando uno es disléxico?

Muy grande, primero porque mi primer reto fue tratar de escribir bien, correctamente, para que me entendieran y entenderme yo. Fue un trabajo enorme de aprendizaje y de repetir una y otra vez lo escrito. Eso en mis comienzos significó escribir al menos veinte veces cada original, a máquina además, por los errores de tipografía que cometía. Tenía y sigo teniendo ese problema. Es un handicap, sí, pero creo que lo he resuelto bastante bien.

Una debilidad que terminó por fortalecerle.

Seguramente sí, porque algo de lo que estoy orgulloso respecto a mi obra es que está bien escrita. Ten en cuenta que yo no planifico nada. Improviso absolutamente todo. No soy consciente de lo que me va viniendo más que cuando lo escribo. Es una especie de catarata y ahí es donde interviene el factor técnico, el hacer que todo ese material en bruto que recogí sea legible, esté bien organizado y se entienda que es una narración coherente y no un cúmulo de disparates. Por eso una novela me lleva como mínimo cuatro años. Entre otras cosas porque tengo que reescribir, repetir, corregir.

Usted empezó a escribir siendo casi un niño. ¿Cómo dio el paso a la escritura?

No hubo tal paso. Ambas fueron siempre una sola cosa, sin frontera entre la escritura y la lectura. A los once años, si yo leía un cuento, inmediatamente tenía que escribir algo que se me ocurriese a partir de él. Lo que pasa es que me iba enseguida por los cerros de Úbeda, no terminaba, o no sabía cómo seguir. Mi primer cuento recuerdo que fueron sólo un par de frases, porque tenía la atmósfera nada más. Ni el argumento ni las palabras, sólo la atmósfera.

¿Cómo descubrió usted los libros?

Tuve no una infancia pero sí una adolescencia bastante conflictiva, en la cual estaba muy solo y los libros, los que había en casa y los que yo fui comprando, fueron una forma de estar acompañado, de dialogar. Un diálogo absolutamente grato, porque la literatura, y en mayor parte la fantástica, me permitía entrar en un mundo que no me resultaba hostil. El real sí lo era. A la par, yo era muy aficionado a leer sobre naturaleza, insectos… Me llamaba muchísimo la atención ese mundo… que sí funcionaba bien.

De hecho, los insectos están muy presentes en su obra. ¿Eran todas estas lecturas un refugio?

Totalmente. Esos mundos eran perfectos. En los mundos de la narrativa, de lo fantástico, nada es hostil. Yo podía manejarlos. Leía, imaginaba… y todo era grato. Aun los cuentos de terror eran gratos.

¿Cuáles fueron los primeros libros que le causaron una impresión profunda?

Yo vivía en un pueblo muy pequeño, en una localidad de la sierra en Córdoba, Argentina, donde no había librería especializada de ningún tipo. Sólo una papelería donde uno compraba las cosas que necesitaba para el colegio. Pero también había libros, muchos de la editorial Sopena, recuerdo. Y yo, cada vez que iba, me quedaba mirándolos pensando en juntar algo de dinero y comprar alguno. Por otro lado, en casa teníamos libros de la editorial Tor, de los años treinta y cuarenta concretamente. Entre muchas otras cosas, esta editorial publicaba narrativa fantástica, policial y de ciencia ficción en unos libritos amarillos con un papel absolutamente ordinario. Ahí empecé a leer a Poe, Jack London… Lo que había a mi disposición era limitado, pero también muy ecléctico. Por ejemplo, yo mezclaba estas cosas con una edición ilustrada de “La Divina Comedia” que era una preciosidad. La entendía a medias, porque tenía diez u once años. Sin embargo, me quedaba fascinado con aquellos personajes que estaban en el infierno… En los siguientes años fui leyendo a Lovecraft, Bradbury, Calvino, Borges, Cortázar, Buzzati, Silvina Ocampo, Denevi, García Márquez, Bioy Casares, Topor, Schowb, Lispector, Machado de Assis, Filisberto Hernández, Saki, Bierce…

¿Escribió mucho antes de publicar?

Pasaron muchos años, sí. Al principio me costó terriblemente por mi problema de dislexia. Hice muchos cuentos. También dos o tres novelas que terminé tirando a la basura. De los cuentos, unos pocos sobrevivieron en mi primer libro, “Transgresiones”.

¿Por qué estudió cine?

Nunca se me pasó por la cabeza estudiar literatura, gracias a Dios. Yo quería ser escenógrafo y en Córdoba no había ninguna carrera específica sobre esto, pero sí estaba cine y una de las asignaturas era escenografía. Así caí en ese mundo. Al final, la escenografía se tocaba apenas en el programa y la carrera era otra cosa, pero me gustó, seguí adelante, la terminé y trabajé en la industria del cine un par de años. Luego hice publicidad y dibujos animados, y después lo dejé totalmente.

¿Qué encontró usted en la literatura que no hallase en lo audiovisual?

Lo audiovisual requiere de una serie de elementos que tienes que manejar, mientras que en la narrativa no necesitas más que papel. Yo no puedo hacer nada audiovisual si no tengo una cámara, los medios para hacer posproducción, el sonido… Estás más cercado por fronteras. Necesitas dinero. Tampoco puedes trabajar solo. En la narrativa no necesitas nada. La literatura es una cosa solitaria… Es una de sus ventajas.

Su primer libro será “Transgresiones” (Alción, 1986). En él late la personalidad y originalidad que van a caracterizar sus cuentos de madurez, pero también se percibe el influjo de dos nombres: Borges y Cortázar. ¿Se siente de algún modo heredero de su manera de entender el cuento fantástico?

En algún momento me sentí un heredero directo de Cortázar, de Borges en parte también, y de otras múltiples lecturas que tuve de joven, no particularmente del “Boom”. Los autores del “Boom” empezaron a llegar en el momento en que estaba yo escribiendo mis primeros cuentos, pero yo ya frecuentaba otros cuentistas del resto del mundo. En todo caso, cuando alcanzas determinada madurez, ya no te sientes heredero de nadie más que de ti mismo. Escribes con tu herencia interior: tus vivencias, tu mundo personal… Esa es la herencia verdadera si uno es un escritor auténtico, original.

¿Qué supuso para usted el descubrimiento de Cortázar?

Cortázar me abrió las puertas. Yo estaba convencido de que había que escribir sobre temas importantes, con grandes personajes, y pensaba que no los tenía. Pero leyendo a Cortázar comprendí que eso no era necesario, porque la importancia, o la trascendencia, no residen en el tema, los personajes o la acción, sino en que hagas lo que seas capaz de hacer. Cortázar lo logra en esos cuentos donde nada es aparentemente trascendental. Él me abrió el cielo. Con él se me fueron los miedos: Ah, no hace falta contar la gran historia, se puede hablar de otras cosas, mientras tengas un mundo propio que te respalde.

¿Por qué Argentina parece ser terreno abonado para la literatura fantástica?

Porque la hubo siempre. Mientras en España primaba una literatura absolutamente realista y costumbrista, en Argentina la literatura fantástica se hizo desde siempre. Además, allí llegaban los libros de fuera. Aquí no. Cuando llegué a España me encontré con que había poca tradición del género a pesar de que algunos autores o lectores se empeñaban en decir que sí la había. ¿Dónde? ¿Dónde está la tradición del cuento y de la literatura fantástica en España? Yo no la veo por ningún lado.

En 1975 cruza usted el Atlántico y se instala en Madrid. ¿Por qué decidió venir a Europa?

Yo siempre estoy huyendo. Entonces huía de lo que era Argentina en aquel momento. Comenzaban las grandes persecuciones de la dictadura. A mí no me perseguían. Pero también veía que se venía encima una crisis económica brutal, que la industria del cine en la que yo trabajaba se iba al garete. Por otro lado, siempre había querido salir, irme. Así como en mis cuentos hay muchas mudanzas, parece que también yo necesito mudarme, cambiar. Las mudanzas son metamorfosis. No sé si es que huyo de mí mismo, o que me canso de mí mismo. Llevo tres años en esta casa y ya estoy buscando una nueva.

Conoció usted la España de la Transición y el Londres de los setenta. ¿Qué impresión le dieron?

Mi impresión de España tuvo dos caras: Por un lado me encontré un país muy luminoso, sin militares ni policías por la calle como sucedía en Argentina, pero por otro vi mucho atraso. Yo venía de una década, la de los setenta en mi país, donde los estudiantes, aparte de estar manifestándonos en la calle todo el día, veíamos obras de teatro con desnudos. El mayo francés estaba muy reciente, no había censura, estábamos al tanto de todo: del arte internacional, de las últimas vanguardias, de los libros. Luego, con la dictadura militar, la cosa cambió. Pero al llegar a España me encontré, por ejemplo, con que “Jesucristo Superstar” estaba prohibida. No había minifaldas. Recuerdo a la gente vestida de oscuro, y a las chicas todas igual con unos abrigos horrorosos… En Londres sí hallé lo que buscaba: esa apertura de criterios, esa posibilidad de verlo todo… Lamentablemente no pude quedarme porque allí era un “sin papeles”.​

La muerte de Franco lo pilló a usted en España.

Murió al poco de llegar yo. Había entrado a trabajar en Televisión Española y recuerdo que vino mi jefe y me dijo: “Hoy tienes que trabajar todo lo que haga falta, porque se ha muerto Franco y hay que hacer ediciones especiales”. No tuve ningún problema porque cuanto más trabajaba más ganaba.

Será en Europa donde desarrolle su obra y forje su madurez creativa. De inmediato se aleja de influencias iniciales para introducirse en mundos truculentos, perversos, regidos por leyes desconcertantes. En “El momento del unicornio” (1995) ya despliega plenamente esa visión de la realidad como pasada a través de espejos deformantes. ¿Cómo nació este libro?

El proceso de creación es fragmentario, en el tiempo y el espacio. Unos cuentos son muy viejos, otros no tanto. Algunos ya habían aparecido en otro libro, todos habían sido publicados en revistas. Y obedecen a diferentes espacios no geográficos, sino interiores, o estados de ánimo, como quieras llamarle. Yo les llamo ámbitos. Nunca me propuse escribir un libro de cuentos sino cuentos, que al cabo he ido reuniendo por uno u otro criterio. En el caso de “El momento del unicornio”, el criterio fue la calidad. Prefiero que los cuentos sean bien distintos unos de otros. El nexo, si lo hay, si lo he logrado, es la voz, mi voz propia, o mi mundo interior. Ahora pasa una cosa: Que cada cuento se vive de forma diferente, algunos con una sonrisa de felicidad, y otros, cuando no salen a la primera y te ves obligado a volver atrás, rectificar, corregir… Ahí disfrutas de otra manera: Disfrutas del oficio, de las herramientas. En “El momento del unicornio” hay cuentos de los que a la primera salieron, sin ningún esfuerzo, y que disfruté cada línea porque era yo quien dominaba la narración y no era el propio cuento quien tiraba de mí. Esos que se resisten a ser conducidos hacen que te sientas contravenido. Sigues siendo el dios creador de ese pequeño mundo, pero ves que hay cosas que se te van de las manos y tienes que llevarlas de nuevo al camino correcto. He disfrutado con todos ellos. De no haber sido así los habría abandonado y a la papelera. Porque cuando un cuento se te resiste es porque no estás todavía preparado para contarlo, no es el momento.

En ese y en libros posteriores ahondará usted en una serie de obsesiones, como la deformidad física. En el relato “Diario del taxidermista” la aborda desde la brutalidad, pero también desde la poesía.

Retrato la deformidad física porque es lo que salió mal en el mundo. Es parte del lado oscuro del ser humano que exploro en mis libros, puesto que la deformidad, si no es física, es del alma. Y todos tenemos alguna, en el fondo.

En una ocasión dijo usted con humor: “No soy un escritor de terror, sino de asco”. Lo cierto es que lo escatológico es otro elemento recurrente en su obra. Lo vemos en el relato “El banquete del señorito” o en la que fue su primera novela, “Signos de descomposición” (Valdemar, 1996).

Lo dije con humor, pero hay mucho de verdad ahí. En efecto, “Signos de descomposición” es una novela muy escatológica. Es un terreno en el que me muevo con mucha comodidad. Tal vez con mucho conocimiento. Para mí es otro modo de llegar al lado oscuro del corazón, que es tan importante como el luminoso. Desgraciadamente, la corrección política en que vivimos sumergidos hasta el cuello pretende que toda la parte animal y de instintos y pasiones del ser humano no exista. Pero no es cierto: Somos malos, muy malos.

Precisamente tiene usted querencia por los malvados, a través de cuyos ojos vemos el mundo en sus relatos. Pero no son villanos al uso, sino seres laberínticos, a menudo inconscientes de su propia maldad.

Me apasionan los malvados, sí. Los encuentro divertidos. Es que los personajes muy buenos deben de ser aburridos, me parece a mí.

La sexualidad es otro motor clave en su narrativa, pero aparece de nuevo como algo lóbrego, truncado.

No ya truncado, sino que hablo claramente de una sexualidad castrada. En muchas de mis obras aparecen castraciones. La castración es un tabú, algo que tememos. Por supuesto, el sexo es muy importante, y está permanentemente presente en la vida y en el arte. Pero siempre se trata la parte más buena, la más romántica. Pocos autores asumen la cara dolorosa del sexo, que existe.

Además, en usted el sexo va a menudo de la mano de la muerte.

Es que la muerte es uno de los fenómenos artísticos más maravillosos de la vida. Es de una riqueza visual absoluta: La muerte es la desintegración, la podredumbre… Mucho más interesante a nivel plástico que el nacimiento, me parece.

Son todos elementos que confluyen en su novela “Isla de sirenas” (Valdemar, 2002) donde, entre muchas otras cosas, encontramos un personaje que escribe cartas falsas a su abuela haciéndose pasar por el hijo muerto de ésta.

Sí, para mantener la ilusión de la pervivencia, y de la familia. A lo mejor porque mi familia quedó destrozada muy pronto por una serie de muertes, yo sigo añorando ese núcleo familiar donde existen todos los roles: están los padres, los abuelos, los tíos, los hijos… todos. Conviven, se ven, se visitan, se quieren. Todo eso desapareció para mí en un momento de mi vida. Por eso, creo, siento esa añoranza.

Sus novelas tienen alma de cuento.

Tienen alma de cuento porque yo en el fondo creo que soy cuentista.

En la novela “El lado oculto de la noche” (Traspiés, 2012) va usted más allá y crea un mundo extraño, regido por leyes que rompen cualquier sentido de la realidad en el lector.

​Había quien me decía: “¿Cómo vas a publicar eso? ¡No significa nada! ¡No hay estructura!” Pero sí la hay, y significa muchas cosas. Creo que “El lado oculto de la noche” habla de la inquietud existencial llevada al extremo. Él es un personaje derrotado, que no evoluciona, sin salida. Porque yo creo que el ser humano tiene muy pocas salidas en realidad. Su mundo es rutinario. Su realidad, absurda. Así es como veo el mundo y como me veo dentro de él. O, mejor dicho, como me vi en un momento concreto porque, aunque fue publicada hace poco, es una novela antigua, de los noventa.

Es una obra hipnótica, pero resulta imposible leerla sin una mezcla de angustia y claustrofobia.

Es que yo lo que quiero es joderle la vida al lector. Cimbrearlo. Siento que la gente es muy pasiva. Está acomodada en su “dolce far niente”: “No me molesten, este es mi sofá y esta es mi televisión”. Pero el mundo no es un tiovivo. El mundo es una mierda. Por eso me siento disconforme con él y trato de que mis libros sean una permanente transgresión de las reglas del juego. Si mi primer libro se llamó “Transgresiones”, ya no paré de transgredir. Y sigo haciéndolo a día de hoy. En la narrativa, me refiero. En mi vida real soy muy tranquilo. A veces, la gente que ha leído mis libros, cuando me conoce personalmente, se extraña: “¡Si tu eres un encanto, y además muy chiquitito!”, me dicen. ¿Qué pensaban? ¿Que iban a encontrarse con un vampiro o un gólem? Conmigo te lo puedes pasar muy bien, soy divertido. Pero la procesión va por dentro.

¿Y no le da la sensación de que la gente no quiere historias que la perturben? Es la era del hedonismo y del entretenimiento.

Claro, la gente no quiere que se les moleste con historias que muestren la realidad descarnada. No quieren saber del dolor, no quieren saber de la muerte. No quiere ver nada la gente. Sólo quieren ser felices. Yo lo entiendo. Yo también quiero ser feliz. Pero no puedo ignorar la realidad que me circunda.

Aparece usted en la “Historia natural de los cuentos de miedo” (Fuentetaja, 2013) citado como autor contemporáneo destacado del género. Y también en “Aquelarre, Antología del cuento de terror español actual” (Salto de Página de 2010). Igualmente, en Wikipedia se resalta el elemento terrorífico en su producción… Parece que algunos están empeñados en convertirle en autor de terror.

Aparezco citado en muchos sitios y de distintas maneras. A veces me han considerado gótico, otras escritor de terror… Creo que, en efecto, algunas cosas que he escrito pueden ser terroríficas, pero yo no reparo en el género. Escribo, y si alguien dice que es terror, me parece bien. No pongo etiquetas en aquello que hago, sobre todo porque me gusta la interacción entre géneros. No hay que encasillar ni la narrativa ni a los autores.

En todo caso, si no el sobrenatural, el miedo existencial es omnipresente en su obra.

Es que yo he tenido y tengo miedo de muchas cosas: miedo a la existencia, a la muerte… miedo al miedo. Y ese miedo lo transmito. Ahora, a mis 67 años, al menos le tengo menos miedo a la muerte, y también a la vida.

​En sus cuentos y novelas se nos muestra el cuerpo como materia que envejece, corrompible. ¿Cree que sólo somos eso?

Ahí interviene mucho la educación que uno ha recibido. Nosotros estamos inmersos en una cultura judeocristiana y, aunque uno sea ateo como es mi caso, esa visión está presente permanentemente. A la muerte nos espera la corrupción, la desaparición definitiva. He vivido tan de cerca la enfermedad y el deterioro físico que no puedo prescindir de eso. Entonces, si no podemos trascender en el plano físico, como los faraones, lo único que queda es el arte. El arte es la forma de trascender. No veo otra manera. En el fondo queremos trascender todos. Los escritores aspiran a lograrlo con su obra. Es mentira quien dice que no. Todos son muy vanidosos además. Yo no voy a ser santo ni me van a hacer ningún altar por ningún lado, pero sí me gustaría que algo de mi obra quedase, y que algún día alguien dijese: “Mira, me he encontrado esta novela de este tipo que estaba absolutamente loco”.

No cree en el alma

Nunca. Como en un cuento mío, cuyos personajes sólo creen en los documentos escritos. Creo en la realidad, en la vida, en el ser humano con sus conflictos, sus contradicciones. Respeto la espiritualidad si alguien la tiene, pero yo no sé siquiera si tengo espíritu, y no es una cosa que me quite el sueño.

En una ocasión dijo usted: “Me considero un autor injustamente ignorado”. ¿Se siente así?

​Sí, me considero bastante ignorado en mi lengua fundamentalmente. Rara vez se acuerdan de que existo. Pero no debo de ser tan malo cuando me traducen a otros idiomas y me proponen publicar en otros países. En España, sin embargo, que es donde hice toda mi obra, no se me ha hecho caso, y en Argentina creo que no saben prácticamente que existo. Y sí, me duele un poco porque yo también quiero que la gente me conozca, que lea mis cosas.

“Escribir en España es llorar”, dijo Larra.

La parte dolorosa de la literatura es cuando ya has escrito y tienes terminado el original. ¿Y ahora qué? ¿Lo quemo, lo tiro, me lo como, lo mando a editoriales, se lo doy a un amigo? ¿Qué coño hago yo con este armatoste de trescientas páginas? Luché durante muchos años por publicar. Además por publicar cuentos en una época en la que ni Dios los quería en España. Ahora sí, ahora todo el mundo publica cuentos y está de moda escribirlos. Pero en los ochenta y noventa nadie los quería. De hecho, no tengo ningún rubor en confesar que “Signos de descomposición” la escribí porque la editorial me dijo: “Okay, Norberto, los cuentos son excelentes, pero no se venden. ¿Tú no podrías escribir una novela?” Lo intenté y así nació ese libro.

¿Qué papel le queda al cuento en la actualidad?

La utilidad de la narrativa no es algo que me preocupe. En todo caso, la función de un cuento es entretener. Y si además nos abre los ojos respecto a algo, miel sobre hojuelas. No creo en que haya nada más allá de eso. Ni creo en la narrativa como vehículo político. No, por Dios. Yo ya viví todo eso de joven.

Dijo Thomas Mann que un escritor debe realizarse en todas las etapas de su vida, incluida la vejez.

Un artista es artista siempre, desde que nace hasta que se muere. Yo no puedo dejar de ser artista aunque no haga nada, aunque no plasme o concrete mi interior y lo muestre a los demás, sea escribiendo o con plástica. No se puede parar. Y así será hasta el día en que me muera.

¿Qué le lleva hoy a escribir?

Pocas cosas, porque estoy cansado y siento que mis esfuerzos no fueron apreciados. Además uno se pregunta si lo habrá dicho todo ya. A veces me gustaría poder olvidarme y no escribir más, pero entonces me entra una culpa horrible.

¿Por qué?

Porque no podría justificar la existencia sin creación. Sería como mis personajes: un ser castrado.​​

Cultura a ilroma@net, Roma, 22 de mayo de 2013. Emanuela Guarnieri

IRONÍA Y SUEÑO EN LOS CUENTOS DE NORBERTO LUIS ROMERO

La editorial Arcoiris ha traducido al italiano una colección de cuentos suyos con el título Istantanee di inquietudine ¿Cree que el cuento sea más idóneo que la novela para expresar las sensaciones de angustia, terror y ansiedad?

Tanto en la novela como en el cuento, las sensaciones a transmitir al lector deben darse de forma creciente para lograr lo que llamamos en la novela la “epifanía”, es decir la resolución de esas sensaciones en toda su intensidad; obviamente, es prácticamente imposible mantener a lo largo de una novela un constante crecimiento de emociones o sensaciones, de modo que éstas deben administrarse con economía, evitando altibajos, de forma creciente hasta culminar al final de la narración. Dado que el cuento es una forma breve, resulta posible o más fácil mantener esta tensión a lo largo del texto sin que se debilite hasta llevarla a la eclosión final. Pero esto no significa que una modalidad sea más idónea que la otra, ambas son igualmente efectivas si se sabe cómo hacerlo.

En unos cuentos suyos, por ejemplo en Epifite, parece evidente el homenaje a Julio Cortázar. ¿Cuáles son los otros autores que considera como sus maestros?

Pueden rastrearse a lo largo de mis textos y de mi trayectoria profesional los diferentes autores a los que he admirado o admiro y que, de una manera consciente o inconsciente, han dejado su huella. Ocurre que con el paso del tiempo y con el trabajo constante, el escritor va adquiriendo cada vez con mayor intensidad una voz propia donde se diluyen las voces de los autores que lo han alimentado, en entonces cuando puede rendir homenajes algunos de estos sin verse contaminado, homenajes sí, pero con voz y estilo propios. Mis maestros han sido fundamentalmente los narradores latinoamericanos y anglosajones clásicos, pero quienes más directamente me han enseñado fueron Daniel Moyano, Julio Cortázar, J. L. Borges, García Márquez, etc. Ocurre que no necesariamente he aprendido y aprendo de un autor en general, a veces basta con una sola de sus obras, un capítulo, un párrafo, un adjetivo colocado de forma estratégica y unívoca.

¿Qué importancia tiene lo onírico en sus cuentos?

Es evidente que en mis cuentos y novelas lo onírico es muy importante cuando no fundamental. El mundo de los sueños es la alternativa feliz a la vigilia con toda su crudeza y dolor; es también un elemento más para la construcción de los mundos distópicos en los que me muevo con soltura y donde incorporo mis alternativas al mundo real, tan complicado, incomprensible, cruel, injusto y aburrido. El mundo de los sueños no escapa a mi control, en él soy el amo donde hago y deshago a mi arbitrio, me hace libre, me hace dios creador. La realidad, en cambio, se me escurre de las manos y me convierte en su esclavo.

En el cuento donde la protagonista es una prefica, se utiliza, en unas partes, una escritura ironica. ¿Puede la risa ayudar a decir lo escabroso y lo inaceptable?

Sí, el humor, la ironía e incluso el sarcasmo como su variante más extrema y cruel, son algunas de mis armas preferidas, tanto en la literatura con en la vida real. Con la ironía se puede enfrentar “tangencialmente”, cualquier aspecto de la realidad, de los sentimientos o las sensaciones sin caer en la culpa, es una forma elegante y una fórmula aceptada para nombrar lo que no se puede o debe. El uso del humor nos libera asimismo del dolor y a veces de la terrible conciencia con sus voces interiores, y el sarcasmo nos permite ejercer la crueldad de manera elegante o ingeniosa. Son puertas de escape muy efectivas que calan en el lector.

De sus cuentos salen unos personajes insólitos, casi grotescos, pero, a pesar de la brevedad impuesta por este genero literario, el lector logra imaginárselos perfectamente. ¿Cuál es el truco?

Ignoro si poseo algún truco a la hora de construir un personaje, es posible que la fuerza con la que nace y vive dentro de mí sea el instrumento para darle vida, para hacerlo luminoso con apenas dos pinceladas. Una de las reglas de oro que mantengo en el cuento es evitar las descripciones en general y de los personajes en particular, dejando que el lector concluya el boceto, y para lograrlo estas pinceladas deben ser exactas, las justas y muy precisas; a veces basta una frase que sale de la boca de un personaje para imaginárselo, por ejemplo, si alguno dice de otro: “Lo primero que hizo fue ponerse el ojo de cristal”. No hace falta introducir la palabra tuerto, y la frase es más efectiva, ya no se nos olvidará que es tuerto ni hará falta volver a decirlo  y el lector completará el retrato a la perfección. O: “ella era demasiado alta”, el adjetivo demasiado nos está describiendo mucho más que la altura de esta mujer. El lector, además de verla alta, la ve soltera, amargada, fea, et

REVISTA NARRATIVAS núm. 17 – Madrid, Abril-Junio 2010

Carlos Manzano

«Nací y crecí en un valle de las sierras cordobesas de Argentina. Mis primeros cuentos los escribí alrededor de los diecisiete años. La carrera universitaria de cinematografía y el posterior ingreso en la industria del cine me apartaron de la escritura, de la que sólo era un aficionado. Pero no me arrepiento, el cine me enseñó el valor de las pausas, la elocuencia del silencio y la creación de atmósferas, también la importancia de una estructura narrativa sólida, sin fisuras y, a ser posible, rica en matices.

Con veintiséis años llegué a Madrid, donde comencé a alternar mi trabajo como realizdor de cine animación y nuevamente la escritura de cuentos, pues algo extraordinario me faltaba. De la mano de mi amigo y maestro Daniel Moyano, a quien conocí en Madrid sobre principios de los ochenta y de inmediato del escritor norteamericano H.E. Francis, supe de mi verdadera vocación de narrador; tenía yo entonces poco más de treinta años. Soy, pues, un escritor tardío. Mi primer libro  de cuentos,  Transgresiones, fue publicado en la editorial Noega, de Asturias, de la que obtuvo el premio a la primera y única conv ocatoria, esto fue en el año 1983. En el año 1996, Canción de cuna para una mosca doméstica

ganaba el Premio Tiflos de la Organización Nacional de Ciegos. El destino de ese libro es para mí, hasta el día de hoy, un enigma: por entonces la propia or ganización lo editaba. Cuando Ediciones No- bel, de Oviedo, publicó El momento del unicornio a fines de 1995, habían transcurrido trece años de silencio, silencio cuyo moti vo muchos han querido saber sin que pudiera darles otra explicación salvo que, por entonc es, en España el género de cuentos fantás-tico era casi sistemáticamente ignorado cuando no denostado. Conservo las numerosas cartas de editores y agentes de renombre en

las que me rechazaban, con alabanzas y reconocimientos, por ser el cuento poco comercial y acto seguido me instaban a escribir una novela. Dejar de mendigar por editoriales fue gracias a que, no puedo asegurar si apostando por estos consejos o necesidades creadoras, me volqué en la novela. Hoy puede resultar anecdótico, pero también lamentable, porque esos mismos cuentos estaban siendo publicados en Canadá, Estados Unidos, México, Argentina, Francia, Alemania, etcétera, en prestigiosas revistas literarias, antologías e incluso en un par de libros propios. No existía Internet, ni blogs, ni redes sociales a los que pudiera acogerme para vincularme al mundo literario y darme a conocer. Hoy, a pesar de estar de moda los cuentos, el género fantástico sigue aún estigmatizado, contando con un reducido, muy reducido, puñado de cultivadores si lo  comparamos con el vigor característico del que ha gozado y goza en ambas Américas.»

(Extraído del prólogo al libro El momento del Unicornio

NARRATIVAS:

Además de escribir, has realizado diversos trabajos en el medio cinematográfico. ¿Qué semejanzas señalarías entre ambos campos, el literario y el cinematográfico?

NORBERTO LUIS ROMERO:

No ha sido tanta mi labor en el campo de la cinematografía, que se limitó a unos pocos largometrajes como ayudante de dirección y a guiones o realizaciones breves en técnicas de animación, pero sí debo reconocer que mi formación fue más próxima a la imagen que a la palabra. Mi padre fue dibujante de histor ietas y trabajaba en casa, pasé mi infancia rodeado de imágenes en cartulina, metido debajo de una mesa recortando viñetas con unas tijeras y recomponiendo historias. Simultáneamente a mi bachillerato cursé artes plásticas y posteriormente, en la facultad, las carreras de dirección y profesorado en cinematografía. Con ellas me gané la vida unos años, luego diagramando el contenido de los Centros Informativos y didácticosde todas las centrales nucleares españolas, algo totalmente audiovisual también. Pero mi verdadero interés estuvo siempre en la escritura, algo que practicaba desde la adolescencia. Evidentemente, para quien lea mis cuentos o novelas advertirá de inmediato que mi estilo narrativo esmuy visual, la acción transcurre como en una película, pero esa forma tan visual y, por qué no, sensual, de percibir o reinterpretar la realidad es algo inherente a mi propia forma de ser y no lo atribuyo en su totalidad a mi formación académica. Sí debo reconocer que mis técnicas narrativas, mi estilo y maneras de estructurar el relato –y me considero exclusivamente un narrador– deben mucho a ese aprendizaje. La semejanza entre la literatura (la narrativa, claro está) y el cine se resume en una: ambos cuentan historias; pero las diferencias en la forma de hacerlo pueden ser innumerables. Por poner un ejemplo: elcine fracasó cada vez que pretendió llevar una metáfora a la pantalla (hoy mueve a risa ver esas flores que se abren sobreimpresas en el pecho de una novia), la metáfora, la hipérbole, pertenecen casi exclusivamente al terreno de la evocación y la poesía; la narración, en cambio, puede hacerse en cualquier soporte. El secreto consiste en discernir cuándo se está haciendo una u otra cosa y emplear el lenguaje y la técnica adecuados.

N.:  Has afirmado en alguna ocasión que disfrutas mucho escribiendo, de lo que se deduce que no te identificas en absoluto con la figura del escritor sufrido pero tenaz para quien el acto de creación es más un sacrificio que un placer.

NLR.:  El concepto de escritor sufridor es algo que se puso de moda en el romanticismo, acaso como una forma de justificar un oficio tan poco rentable, de holgazanes; pero afortunadamente ya nadie bebe vinagre para empalidecer. Disfruto escribiendo cuando la narración fluye y puedo encaminarla hacia su objetivo, pero cuando se me escapa de las manos se convierte en un verdadero suplicio. Muchas veces es preferible abandonar un cuento o una novela a forzar su escritura. Creo que quienes padecen escribiendo son aquellos que lo hacen por encargo, que se ven obligados por contrato o compromiso a poner en funcionamiento la máquina de hacer chorizos literarios para un lobby, los que se convierten en escritores o columnistas, opinadores o gurúes, etc. Para ellos debe ser un sufrimiento tener que producir cada cierto plazo una genialidad, un día opinando sobre la caca de los perros en los parques y al siguiente sobre la caída del muro de Berlín o la ley del aborto. Eso debe de ser una verdadera tortura, pero un acto creativo, jamás. Además la creación consiste en reinterpretar la realidad o forjar una alternativa y no en opinar sobre ella, ni mucho menos juzgarla. »Lo de ganarás el pan con el sudor de la frente, ese aforismo tan reaccionario heredado de nuestra cultura judeo-cristianana que reivindica el sufrimiento como salvación está desterrado definitivamente. No hay que sentirse culpable por ser escritor, no hace falta cavar con una pala o poner ladrillos para redimirse ante dios, el prójimo o justificarse ante sí mismo, con escribir honestamente y bien (si es posible), y encima con placer , disfrutando, es suficiente, aunque con ello te mueras de hambre.

N.:  Has escrito fundamentalmente novela y relato, aunque parece que el terreno en el que te sientes más a gusto es el del relato breve, al menos es en el que más te has prodigado. ¿Es así?

NLR.:  No sé exactamente en qué me he prodigado más, sí puedo afirmar que la negativa de las editoriales a publicar cuentos hace unos años me llevó a la novela como llave para abrirme las puertas. Luego, en la novela me encontré muy cómodo, a pesar del gran reto que supone. Ocurre que soy bastante vago y me resulta más fácil sentarme, hacer un cuento y olvidarme de él al poco tiempo. Con una novela debes convivir unos cuantos años, con todas las personas que tiene dentro, en todos los sitios y escenarios en que se desarrolla, y salir airoso de todas y cada una de las circunstancias y peripecias que propones. Es como si borraras tu vida anterior y te mudaras a un lugar nuevo, con gente nueva, a vivir una vida nueva durante un tiempo, pero una vida de la cual tú tienes todos los hilos y debes mantenerlos sujetos y llevarlos a un desenlace. Es como jugar a ser dios por una temporada, y ser dios es halagador, pero no es fácil.

N.:  Hasta no hace mucho, y como tú mismo has denunciado en muchas ocasiones, en España no era fácil publicar libros de relatos. ¿Qué ha cambiado para que ahora las editoriales apuesten cada vez más por este género?

NLR.:  Sinceramente no lo sé. No sé las razones por las cuales existen editoriales que se decantan por el relato porque todas o casi todas ellas siguen quejándose de que elcuento no se vende, o se vende muy poco, y además publican pocos libros al año. Sí es una realidad que de unos años a esta parte el relato se ha valorado en España cuando siempre se lo había considerado como género menor. Nunca podré olvidar las palabras de uno de los más famosos, reputados o como quiera calificarse, críticos de Babelia al referirse a la primera novela de un escritor que con anterioridad había publicado relatos, decía algo así como «ha decidido pasarse al género mayor». Inmediatamente me apiadé de Borges, el pobre hombre que no había escrito más que minucias. Y por más que algunos se empeñen, España no ha destacado en el género, salvo excepciones muchas de ellas recientes; pero nunca si la co mparamos con Latinoamérica o EE.UU. Cualquiera que haya conocido la revista mexicana El Cuento (1964), creada y dirigida por Edmundo Valadés, puede constatar esta realidad. En ella publicaban incluso niños, amas de casa, etc., y su nivel era exquisito. En uno de sus números leí uno de los micros más hermosos, decía: «Dio vuelta la manzana y se encontró con el gusano». Creo que lo había escrito un niño de unos diez o doce años, y no se llamaba Monterroso.

N.:  Te prodigas bastante en el relato de corte fantástico y muchas de tus historias se mueven en atmósferas de cierta irrealidad. ¿Supone lo fantástico una forma más sibilina y, por tanto, fecunda de adentrarse en lo real?

NLR.:  Creo recordar que aparte de mi novela Ceremonia de máscaras y un libro de cuentos que aparecerá a mediados de este año, no he hecho sino literatura fantástica, de un total de una docena de libros publicados. Creo que me ha se rvido –dada la tendencia a denostar el género–, fundamentalmente para ser ignorado, para no existir en el panorama narrativo español donde ha predominado el realismo, hasta hace muy poco. Por fortuna, también me ha servido para ser feliz, al menos durante la escritura, porque una vez acabado el libro comienza el suplicio en el que la fantasía se topa con la despiadada realidad de las editoriales. Pero siempre he escrito únicamente lo que me ha dado la gana, al marg en de modas, imposiciones o compromisos, y esa libertad no tiene precio. (Tampoco se paga). »En cuanto a las atmósferas irreales y mundos distópicos, para mí no son tales, el mundo que llamo de la vigilia –pues prefiero este término, que me resulta más ajustado–, no me interesa más que para la vida cotidiana, que ya es de po r sí bastante pedestre o infausta; cuando observo la realidad suelo ver a través de ésta un mundo muy duro, cruel y horrendo que acaso otros no perciben y en el cual me adentro y disfruto. Pero la verdad, como narrador no me hago estas preguntas. Comienzo a imaginar y escribo.

N.:  En tu libro Emma Roulotte, es usted , juegas entrelazando diversas historias con lo que significa el acto de escribir, así como con la figura del escritor y su relación los personajes que él mismo crea, elaborando un discurso complejo y sugerente que va más allá del mero ejercicio narrativo. ¿Cómo nace un libro tan peculiar como ése? ¿Qué te lleva a escribirlo?

NLR.:  Lo dije ya en una entrevista. Es fruto de mi cansancio de luchar por el género, de mi decepción con todo el sistema editorial, y en venganza de la ingratitud del propio género fantástico, y contra las burradas de anécdotas como la que acabo de referir sobre la opinión de un crítico. Pero ese libro fue escrito hace 20 años, es agua pasada. Hoy volvería a escribirlo, pero mejorándolo si fuera posible, sería menos ingenuo y más despiadado.

N.:  ¿Qué hay en la cabeza de Norberto Luis Romero antes de ponerse frente a una hoja en blanco? ¿Cómo concibes tus historias?

NLR.: Una especie de gusanito que da vueltas creando distopías. Él es quien decide qué distopías erigir, yo sólo le doy ciertas reglas constructivas y dejo que me coma el cerebro.

N.:  Como lector, ¿cuáles serían tus preferencias en el terreno de la narrativa en castellano y tus autores favoritos?

NLR.:   Cuando llegué a Madrid tenía 26 años, eso significa que ya venía formado como lector. Mi contacto con la literatura española, como el de cualquier otro joven argentino, no iba mucho más allá del siglo de oro. Lorca estaba en las últimas páginas del manual de literatura española, Cernuda no existía… El lector argentino se nutría entonces e, incluso ahora salvo excepciones, de autores europeos, anglosajones e iberoamericanos. Naturalmente, el género fantástico siempre fue mi favorito y había autores de sobra, y no precisamente españoles. Si bien siempre prefiero matizar y hablar de libros en lugar de autores cuando hablamos de preferencias, pues no siempre me gusta todo lo de un autor, a veces sólo un libro. Luego está el tópico por el cual se piensa que un escritor debe leer narrativa o poesía, ensayo literario… pero podría asegurar que a la hora de crear me han aportado mucho escritores científicos, como Fabre, Darwin, etc. La naturaleza tiene mucha importancia en mis libros, los sueños, la muerte, la maldad, el lado oscuro de los hombres… y el conocimiento del alma no está necesariamente en los libros, sino en la propia vida y en la de los demás. Hay autores que han leído muchísimo y no tienen nada que decir porque no han vivido o no saben percibir la vida ni reflexionar sobre ella. Luego está la imaginación, el talento, el oficio, el trabajo diario… nada de esto te lo prestan en Salamanca. Pero sí hay editoriales dispuestas a poner todos sus medios económicos y de promoción al servicio de literatura basura, de autores que no son escritores sino mercachifles de las letras, que no hacen sido devaluar la profesión y quitar espacio y oportunidad a los de verdadero talento. Va mi repulsa a esas editoriales y autores que frivolizan la cultura y mi piedad hacia los lectores que la consumen. »Como lector lamento haber perdido la capacidad de deslumbramiento, no sé si se debe a la natural pérdida de la inocencia, a mi incapacidad de conmoverme ante la basura citada, o a la mediocridad de algunos autores, pero nada ha vuelto a conmoverme desde Memorias de Adriano, Cumbres Borrascosas, Anna Karénina, El Golem, El obsceno pájaro de la noche , El Alef , La metamorfosis, Las cosmicósmicas, El hombre ilustrado… por citar algunos títulos en el más completo caos y siempre injustamente. Hay excepciones, entre los narradores españoles actuales me deslumbraron libros de Juan Jacinto Muñoz Rengel, Matías Candeira, Pilar Pedraza, Ángel Olgoso, Fulgencio Argüelles, Empar Moliner, Méndez Ferrín, Juan Bonilla, Alberto Méndez, Fernández Cubas… libros que no se olvidan o dejan un muy bu en sabor de boca, aunque para ser más justo tendría que ir a repasar mi biblioteca, cada día más rala, como mi memoria.

N.:  Por último, ¿en qué proyectos literaios está ahora trabajando Norberto Luis Romero?

NLR.: El más arduo: buscar editorial para la novela que tengo terminada y para un par de pequeños libros de cuentos cortos o micros, ilustrados por José-Joaquín Beeme, artista plástico, escritor y hacedor de sueños, aragonés afincado en Italia, a cargo de una microeditora llamada La Torre degli Arabeschi, con quien hemos establecido una muy enriquecedora amistad creativa. »Mientras tanto, el gusanito sigue dando vueltas en mi cabeza, no sé qué pretende hacer conmigo, tal vez convertirme un una distopía humana, en uno de mis propios monstruos.

 

ABC digital, Cultura, 13 de enero de 2013. Antonio Paniagua

ME CONSIDERO UN ESCRITOR LUMINOSAMENTE OSCURO

El escritor hispano-argentino Norberto L. Romero tiene un don para crear ambientes agobiantes y opresivos. En ‘El lado oscuro de la noche’ (Traspiés), su última novela, exhibe esta destreza con un relato onírico en el que describe un mundo regido por leyes absurdas. A la inquietud que despierta el texto se suma la desazón que inspiran las ilustraciones de Pobreartista. Romero, que no se cansa de escudriñar el lado más perverso del alma humana, infunde miedo al lector recreando atmósferas desasosegantes a caballo entre lo grotesco y lo surrealista.

– ¿Estaba en sus propósitos escribir una pesadilla angustiosa?

No necesariamente, no en un principio, la angustia fue apareciendo a lo largo del texto que yo entreví como onírico, pero nunca como pesadilla. Sí me parece evidente que esa angustia anidaba en mí y fue saliendo de manera más o menos desordenada y posteriormente puse en orden. Corroboro que el resultado final lo fue, por la experiencia que los lectores me transmiten, que me dicen haber sentido un gran desasosiego, algunos auténtico miedo.

– ¿Qué es el lado ‘El lado oculto de la noche’, un texto fantástico, absurdo, surrealista, gótico…?

En principio es un texto fantástico; onírico por su transgresión de la realidad, pero también podría interpretarse como simbólico, como una parábola del poder. Ese micromundo donde transcurre la novela es nuestro mundo de todos los días, nuestra sociedad y sus leyes, que por absurdas y arbitrarias que sean, debemos cumplirlas para convivir en paz unos con otros. En el fondo, lo que en la novela se postula como absurdo se refiere más incisivamente a la arbitrariedad de lo establecido socialmente, de ahí que en la narración todo parezca arbitrario, pero en la vida la arbitrariedad a la que estamos sometidos a obedecer es constante, pero estamos tan acostumbrados a ella que no la percibimos como tal, porque devino en norma. En lo que se refiere al adjetivo ‘gótico’, del que un par de novelas anteriores medio gozaron, quedan apenas rastros, a veces ciertas atmósferas, pero nada más.

– ¿Qué influencias y autores pueblan esta novela?

A estas alturas de mi carrera ya no puedo hablar de influencias ni de autores, siempre tuve un mundo propio que reflejar y una voz propia que, si en un principio estaba contaminada, ya no lo está. Lo que puede suceder es que mi voz sea una amalgama de voces ajenas, como la de Nemrod, gritando en su círculo del Infierno, pero afortunadamente y al contrario que al arquitecto de Babel, a mí se me entiende lo que digo.

– ¿Cómo surge el texto, cuál es su génesis?

Es un texto muy antiguo y no recuerdo exactamente su génesis, pero como en muchos de mis cuentos o de algunas novelas, la semilla es una inquietud interna, una atmósfera y unas imágenes que me persiguen y no desaparecen hasta encarnarse en palabras, en narraciones, en personajes, casi siempre malvados. Quizá de ellos sea la culpa de que me hayan calificado como gótico, pero yo me considero luminosamente oscuro. Evidentemente, por aquellos años me preocupaba mucho más que ahora la arbitrariedad del poder y de los poderosos. Pero es inevitable esa inquietud cuando se proviene de países que han padecido dictaduras asesinas. Mi generación lleva dentro el estigma y la diáspora. Hermoso título, que nadie me lo robe.

– ¿Se considera un raro de la literatura?

Me considero más excéntrico que raro, porque raro suena peyorativo. Y debo confesar que ambos adjetivos me halagan. Lo más acertado y halagador que me han dicho (aparte de lo bien que escribo), es «raro de cojones» y «salvaje». Creo que en realidad soy un rebelde, un niño malo que se niega a crecer, aunque no a madurar, y que disfruta haciendo travesuras y salvajadas con la literatura, que no hacen daño a nadie y, por el contrario, iluminan la oscuridad de mentes y almas. Las salvajadas de las que duelen ya se encargan de hacerlas otros en la vida real. Yo no logro encajar en este mundo y me declaro insumiso de la realidad; desde fuera lo ven como raro, pero mi percepción es distinta: hace posible que cada día me encuentre más seguro de mí mismo y de lo que hago como la mejor alternativa, y si no única, la mejor para mí y la que domino.

– Supongo que ya a nadie asustan los castillos embrujados. ¿Cuáles son las armas de un escritor para infundir miedo en el siglo XXI?

No soy plenamente consciente de mis armas. Cada día tengo la sospecha más fundamentada de que quien escribe es otro, uno que desde dentro de mi cabeza me dicta estas cosas que a mí me producen risa y no miedo, porque percibo que no son más que formulas muy acertadas, mentiras encadenadas como la ilusión del cine en la pantalla, y que acaban pareciendo reales. Disfruto mucho percibiendo los mecanismos de mi creación, de la escritura, recorriendo los senderos de la narración con sus sorpresas en cada recodo, sus engranajes de relojería afinados. Decididamente no soy yo quien las dice, es alguien con mucho oficio y todavía más intuición que yo, que se mantiene oculto a los ojos, y que cuando entra en una especie de estado de gracia le da por dictarme estas cosas. Evidentemente ya no dan miedo los monstruos ni las casas encantadas, ni los muertos, ni los asesinos, pero sí las atmósferas que se perciben al fondo de un abismo negro, y ese abismo está aquí, dentro de cada uno de nosotros, convivimos con ese abismo que, como lo percibían los antiguos navegantes, está poblado de monstruos. Yo únicamente pongo espejos ante los lectores, y a continuación les enciendo la luz, aunque algunos prefieran continuar en las tiniebla

La Mirada, suplemento literario, Sevilla, 1997  Vicente Muñoz Álvarez.

NORBERTO LUIS ROMERO: EL LADO OSCURO DE LA REALIDAD

“La vida aguarda silente y quieta entre mis heces

el momento oportuno para proseguir su rutinario

 e implacable círculo de destrucción.“

  1. L. Romero. Signos de descomposición.

Autor de tres libros de cuentos y una novela, ganador de importantes premios literarios y colaborador de las más prestigiosas antologías y revistas americanas y españolas dedicadas al relato breve, Norberto Luis Romero ( Córdoba, Argentina, 1951 ) es casi un escritor oculto, un magnífico escritor de cuentos que, debido a intereses exclusivamente editoriales y a la discriminación que respecto a la novela sufre este género en nuestro país, no ha sido valorado aún en su justa medida.

Sólo con la publicación de su primera novela: Signos de descomposición (Valdemar, 1997), parece  haberse roto en parte esa maldición de olvido que pesaba sobre sus anteriores libros.

Supongo que fue sólo el azar (teniendo en cuenta el volumen incalculable de títulos amontonados en las librerías) quien puso en mis manos ese libro terrible y hermoso que es Signos de descomposición, una de las novelas más desasosegantes y arriesgadas de  la última década, y quien despertó mi interés por la literatura de Norberto. Como también supongo que fue sólo el azar quien, de la mano de nuestro  amigo José Boix, me puso luego en contacto con él, permitiéndome así conocer en profundidad su obra.

No creo equivocarme (y espero que el tiempo me dé la razón) al afirmar que nos encontramos ante uno de los más brillantes escritores de relatos breves que ha dado la lengua española en los últimos tiempos, heredero de la tradición de Cortázar y Borges, pero poseedor de un universo exclusivo de obsesiones que han encontrado cauce en joyas indiscutibles del género como son Diario del taxidermista, Ritual de los espías, La captura y muchas otras de las narraciones que contienen sus tres libros de cuentos.

En todos ellos, con una densidad de estilo que atrapa de inmediato al lector, Norberto desplaza los límites de la realidad cotidiana hacia espacios más oscuros y asfixiantes donde un fatalismo casi espectral parece impulsar las acciones de sus protagonistas. Se traslada así el sentido inicial de lo aparente hacia infiernos del alma donde el primer enemigo es uno mismo, esa galería de fantasmas que llevamos todos dentro y que encuentra los más asombrosos modos de manifestarse al exterior, a ese otro espacio que el autor llama lado diáfano de la vigilia y que, no por tal, está libre de sufrir un brusco giro.

Todo lo cual ha sido administrado con mano si cabe aún más certera en su primera (y casi impuesta) novela, Signos de descomposición, un documento aterrador sobre el fracaso y la falta de fe, que ahonda en los abismos más tétricos y oscuros del ser humano y que confirma a Norberto Luis Romero como uno de los más inquietantes escritores de ficción vivos de nuestro país.

La presente entrevista aborda, además de otras cuestiones, la problemática del menosprecio editorial que sufren en la actualidad los libros de cuentos, y algunas de las claves básicas para entender la obra de este imprescindible escritor.

P: De tus cuatro libros editados, Norberto,  tres son de relatos breves, género un tanto infravalorado en este país. ¿A qué crees que es debido este rechazo?

R: A la falta de tradición en el género y a la soberbia de algunos críticos y escritores que no se cortan un pelo a la hora de catalogarlo como un género menor, o paso previo a la novela, a la que llaman género mayor. Esto me parece una perogrullada que permite deducir que Borges, y tantos otros que en su vida escribieron una novela, son escritores menores. En España se tiende a catalogar, a poner rótulos y a encasillar, y en nombre del falso patrimonio de una lengua y de una trayectoria gloriosa en la historia se pueden enunciar barbaridades de este calibre.

P: ¿Es más difícil escribir una novela que un libro de cuentos? ¿Por qué crees que se valora más lo primero?

R: Es tan difícil un género como otro. Yo abogo por la confusión de géneros. O, si prefieres, por la libertad de expresión en moldes acordes a las necesidades del escritor y no de las editoriales y el mercado. Evidentemente, las dificultades no estriban en la cantidad de folios, sino en la intensidad de la narración y en la honestidad del autor.

P: Tu primer libro: Transgresiones (I Premio Noega), se publicó en 1983.

¿Qué sucedió hasta Canción de cuna para una mosca doméstica (Premio Tiflos de cuento), publicado diez años después?

R: Son años que pasé escribiendo, gastando dinero y tiempo en mendigar por las editoriales… Las respuestas eran siempre las mismas: elogiosas, pero que les enviara una novela. Únicamente las pequeñas editoriales se interesaban por mi obra, pero no tenían dinero. Durante esos años no dejé de publicar cuentos en E.E.U.U. y Canadá, en revistas literarias. Los criterios de selección en estos países son distintos: sólo juzgan la calidad.

P: A menudo tratas la deformidad física en tus cuentos, la degradación moral, el horror genético. ¿Por qué ese interés por lo deforme como recurso literario?

R: No es, a mi juicio, un recurso literario; es así como percibo la realidad, que posteriormente transformo en recurso por medio del oficio y la técnica. El lado diáfano de la vigilia ( término que prefiero ) no me interesa, no lo creo poseedor de una riqueza de matices que permitan superar al naturalismo y trascenderlo a lo fantástico, que es otra manera de hacer hiperrealismo.

P: Tu tercer libro, El momento del unicornio, contiene, en mi opinión, algunos de los mejores relatos que se han escrito últimamente en este país, cuentos tan delirantes  como Francotiradores, Ritual de los espías, Diario del taxidermista o La captura, que arrastran al lector a infiernos del alma muy poco explorados. ¿Qué tipo de reacción quieres provocar con esos relatos?

R: Nunca me propuse ( hasta Signos de Descomposición ), provocar nada ni a nadie: cuando escribo lo hago pensando en lo que a mí me gustaría leer. En Signos ocurrió algo distinto: a medida que iba elaborando la novela me fui convirtiendo en un sádico consciente de los mecanismos que estaba empleando para provocar sufrimiento, claustrofobia e impotencia. Disfruté mucho escribiéndola, porque creo que en el fondo con ella me estoy vengando de todos aquellos que me pidieron una novela. Aquí la tienen, ¿  y ahora qué ? Bueno, en la próxima seré menos despiadado y más comercial. Ahora me siento en paz. Lamento que la vendetta haya caído sobre esos dos locos lindos que son Valdemar, los únicos que se atrevieron.

P: ¿Qué simbolizan para ti las turbias riquezas del relato titulado Joyas, uno de los más desasosegantes que incluye ese libro?

R: Un autor no es siempre consciente de lo que simboliza en su obra, generalmente son los críticos quienes se encargan de reflotar los símbolos ocultos. Pero está claro que es una especie de subversión de valores, que no son las apariencias lo que vale, que en la mierda se pueden hallar incalculables joyas.

P: ¿Qué tipo de literatura y de autores han influido más en tu formación y en tu escritura?

R: No creo demasiado en eso de las influencias. Sí reconozco que Borges me abrió los cielos de la prosa y Cortázar me descubrió que no hace falta un tema trascendental para hacer una obra trascendental, sino arte y oficio. De todas maneras, cuando se balbucea se hace con palabras prestadas, hasta que uno encuentra su propia voz, que es la suma de la propia y las de los que le precedieron. Muy Borgesiano, ¿ no ?

P: ¿Qué ha significado para ti Signos de descomposición? ¿En qué tipo o género de novela la encuadrarías?

R: Una meta cumplida con alegría y éxito. No me preocupa encuadrarla en un género que podría cabalgar entre una novela de Genet, otra de Roland Topor y Las Confesiones de San Agustín.

P:  Como muchos de tus cuentos, esa novela se desarrolla en espacios cerrados y opresivos, claustrofóbicos. ¿Por qué sitúas a menudo a tus personajes en esos  contextos?

R: Mis contextos literarios responden a mis contextos interiores. Supongo que cualquier psicólogo podría explicarlo mejor. Yo también, pero prefiero no hacerlo.

P: ¿Qué entiendes por ética y estética de la escatología, término que tú mismo  empleaste en una ocasión?

R: Para empezar, la escatología en nuestra cultura está estrechamente ligada a la moral, y por lo tanto, según el uso que se haga de ella, tendrá su ética; y en la medida en que sea considerada un instrumento más, un componente de esos valores y no se convierta en un fin en sí misma, tendrá también su estética. El uso que se hace de ella en la historia ha variado según los parámetros culturales y morales vigentes: La comedia del arte la reivindicó como instrumento de humor, nosotros, actualmente, la condenamos y le atribuimos valores negativos per se, que en su estado puro no tiene. Y también hay un resurgimiento como reacción a cierto desencanto generalizado y finisecular o milenarista, pero que no suele ir más allá de la provocación.

P: ¿Crees, como Wilde, que el artista tiene derecho a explorarlo todo?

 R: No sólo tiene derecho, como todo el mundo, sino que puede tener o no necesidad de hacerlo. Incursiono en mis propios abismos y, como siempre quise ser entomólogo, exploro con microscopio a los demás y leo entre líneas.

P: ¿Qué opinas de la narrativa joven española? ¿Y de las revistas de literatura alternativas? ¿Crees que ayudan a impulsar a los nuevos creadores?

R: Insisto en que huyo de las etiquetas. Son un invento de las editoriales. La narrativa, como la poesía, no es un asunto de edad cronológica sino de edad mental, y no la divido en joven y vieja ( existe una especie de gerontofobia general que nos convierte en materia prima para Placton Verde ), sino en buena y mala. Truman Capote escribió su primera novela con veintiún años, creo que Carson McCullers también, a los veintidós… La verdad, todo este asunto de narradores jóvenes, caníbales, urbanos, generación X, etc., me cansa y aburre. O se es un escritor o se es un dominguero.

P: ¿Es fácil publicar en este país? Comenta un poco tu experiencia al respecto.

R: Es difícil pero no imposible. Mi experiencia, mi maldición como cuentista, fue un calvario hasta llegar a Nobel y a Valdemar. Pero estos señores son Rara Avis dentro del zoo de editoriales poblado de voraces felinos.

P: ¿Qué opinas de los sectarismos, las capillas literarias, la mafia editorial, los agentes literarios, los padrinos, los concursos, los apaños y todas esas pequeñas turbulencias de la vida literaria de nuestro país?

R: Que en países como E.E.U.U. no existen, o al menos no son tan notorias y feroces. El amiguismo ( es menos duro y más justo que mafia ), es parte de la idiosincrasia latina.

P: ¿Te interesa la poesía?

R: Soy lector de poesía, pero incapaz de hacer un verso sin ruborizarme, como quien se mete a robar en un huerto ajeno.

P:  ¿En qué proyectos estás trabajando ahora?

R: Podría decirte que nunca tengo proyectos, pues se convierten en obras de inmediato: un par de novelas y algunos cuentos. Lamentablemente, no puedo adelantar nada, ya que me veo obligado a meterme en concursos para subsistir, como si la literatura fuese una carrera de fondo en la que gana el más fuerte. Tengo que claudicar al juego de las competiciones. ¿Qué parámetros pueden valorar el espíritu creativo y sus íntimas exudaciones, como sea el buen ánimo, la estulticia y la arbitrariedad?

Calidospio.net Sobre la creación artística, enero 2007  Sonia Antón Ríos

CON NORBERTO LUIS ROMERO

A pesar de que lleva más de media vida viviendo en España y de que su obra literaria se ha desarrollado aquí, es curioso ver cómo un escritor como Norberto Luis Romero (Córdoba, Argentina, 1951) es casi más conocido fuera que dentro de nuestras fronteras. Paradójicas contradicciones que tiene este oficio nos vemos abocados a  pensar, porque si no, no se entiende que ande más cerca del la nómina de autores “por descubrir” que de la de autores consagrados.
Norberto Luis Romero, de oficio: escritor, fabulador, narrador, inventor de historias, personajes, atmósferas, comienzos, nudos y desenlaces. Así de fácil resulta hablar de él, claro, porque lo bellamente complicado del oficio viene después, una vez sumergidos entre las páginas de sus libros. La sencillez nunca estuvo hecha para Norberto, y damos gracias. Maestro del ambiente  y de la riqueza de matices y detalles. Sus personajes son redondos pero llenos de aristas y características singulares, la complejidad real del mundo, los apuestos que conviven, la astucia, la inocencia, lo bueno y lo malo.
Isla de sirenas (Valdemar, 2002) es un libro que representa bien el universo literario de Norberto y esa querencia suya, en muchas ocasiones, por la novela de ficción-fantástica; la acción se sitúa en una isla, conocida por haber sido prisión y patíbulo, donde dos gemelos con una relación muy estrecha viven con sus abuelos. Un ambiente claustrofóbico, propio de novela gótica, está presente en todo momento. Un buen espacio en el que descubrir los secretos más oscuros de la familia.

Las relaciones personales, siempre difíciles y, más allá, los triángulos amorosos que tanto juego dan argumentalmente siempre están en su obra, como en Ceremonia de máscaras (Leartes, 2003). En ese rico universo también participa la intriga, el misterio, algunas veces apoyado en le género negro como en Bajo el signo de Aries (Egales, 2005); ¿qué mejor que intentar descubrir la solución a un asesinato en un barrio marginal para que afloren las trabas personales de los investigadores?
Pero no sólo por sus novelas es conocido Norberto Luis Romero, si no también por sus cuentos, publicados en infinidad de revistas y antologías. Así nos atrevemos a decir que es un excelente heredero de la mejor tradición cuentística.

¿Existe la inspiración? ¿Se busca o le encuentra a uno?

Existe cuando se la busca trabajando.

Realmente, ¿Es necesario, como decía Picasso, que la inspiración le pille a uno trabajando?

Mejor es pillarla a ella.

¿Está ya todo inventado?

En absoluto.

¿Cree determinante el espacio y el tiempo? ¿Tiene usted algún lugar y horario preferente para la labor creadora?

¿Alguna manía?

No son determinantes estas coordenadas, pero personalmente prefiero escribir en las cafeterías por la mañana.

¿Cómo se superan las dudas?

Trabajando.

¿Escribir es decidir?

Continuamente.

Literaturas.com, diciembre, 2004  Miguel Baquero

«Me siento injustamente ignorado»

En unos tiempos como estos, en los que tanto abunda el engreimiento en los escritores y la chapuza en la redacción, resulta extraño encontrarse con un autor como Norberto Luis Romero. Norberto es un novelista, lo cual suena sencillo, pero a la vez complicado. «Complicado» porque Norberto, al contrario que muchos, es un escritor preocupado por la calidad de su obra literaria y por lo que podríamos llamar «técnica» de la narración. Uno podría pasarse horas enteras hablando con él (mejor, oyéndole hablar) sobre puntos de vista, sobre tonos de la narración, sobre el ritmo, sobre la coda, sobre el modo de construir los personajes, sobre la importancia de las ambientaciones… sobre, en fin, el arte de construir correctamente una historia. Hoy día, cuando muchos creen que novelar consiste básicamente en ponerse a contar cosas, es gratificante encontrarse con un escritor como Norberto que defiende de palabra, pero sobre todo de acción, en sus novelas, el trabajo bien hecho, la historia bien planteada, la literatura bien resuelta. Que emplea la buena y vieja técnica sin caer en el mecanicismo ni en la frialdad.

Y novelista, al referirse a Norberto, suena a la vez «sencillo» porque, pese a que bien podría hacerlo, no se trata de uno de esos autores fatuos que se tornan solemnes y rimbombantes para hablar de sus novelas, o que lucen con ridícula pompa la categoría de «escritor». Muy al contrario, Norberto muestra su obra con legítimo orgullo, pero sin caer en la propaganda de sí mismo, seguro de lo que ha hecho, pero sin perder nunca el sentido del humor y la distancia crítica.

Tal vez por todas estas raras cualidades —la calidad y la ambición en lo esencial, unidas a la modestia en lo accesorio— es que Norberto Luis Romero constituye una «rara avis» dentro del panorama literario en castellano, un escritor al que merece la pena descubrir, porque, curiosamente, todos aquellos que lo han hecho se han manteniéndose fieles a su escritura, como demuestran los diversos grupos de admiradores de su obra que le han convertido prácticamente en un autor de culto, aunque imagino que a él, en su justa humildad, no le gustará esta expresión.

Norberto L.  Romero: Me resulta bastante indiferente cómo me cataloguen. Por lo general estos adjetivos pecan siempre de injustos y sobre todo de innecesarios, cuando no de efímeros; se me llama autor de culto, autor maldito, perverso, cuando creo que únicamente existen dos categorías de autores: los buenos y los malos; pero si debo involucrarme necesariamente en una de ellas, diría que me considero, por sobre todo, un autor injustamente ignorado frente a una inmensa mayoría de sobrevalorados

Literaturas.com:

Norberto Luis Romero nace en Córdoba (Argentina) en 1951 y, después de varios libros de cuentos, se lanza a la novela en 1997 con “Signos de descomposición” , una obra magnífica y redonda. ¿La novela supone para ti la culminación de tu época «cuentista», un escalón superior para el que te fueron preparando los cientos de relatos escritos con anterioridad?

Norberto L. Romero: No, de ninguna manera. Si la novela fuera un escalón superior y los relatos meros ejercicios para llegar a esta culminación a la que algún crítico cuyo nombre prefiero olvidar, tuvo en su día el coraje y desatino de llamar “género mayor”, cuentistas como Borges, Poe, Quiroga, etc., y otros cientos habrían sido, evidentemente, autores inferiores. ¿Es superior un haiku a un soneto? Lo más lamentable es que hay gente, escritores y críticos que siguen convencidos de que el cuento es un género menor, el hijo bastardo de la narrativa.

Literaturas.com: En “Signos de descomposición” aparecen muchos elementos que, posteriormente, constituirán una constante en tu obra novelística. Uno de ellos es el ambiente opresivo, claustrofóbico, enfermizamente cerrado sobre sí mismo…

Norberto L. Romero: Sí, será que yo aparento ser lo que no soy (ríe). Tengo mucho sentido del humor y soy muy simpático, pero algo me hace suponer que mi interior es oscuro y el humor lo dejo para sobrellevar la vida real y no perecer en sus fauces, y en mi narrativa me muestro como verdaderamente soy, acaso alguien cuya historia personal no es precisamente luminosa.

Literaturas.com: Tanto “Signos de descomposición” , tu primera novela, como “La noche del zepelín” , “Isla de sirenas” o “Ceremonia de máscaras” , tus novelas posteriores hasta la fecha, se desarrollan en unos mundos que, al principio de la narración, se presentan sujetos precariamente sobre un vórtice, hasta que de pronto irrumpe la figura de un extraño llamado a trastocarlo todo…

Norberto L. Romero: Claro, es justamente lo que te decía. La felicidad en la infancia es una funambulista atravesando una cuerda muy precaria y delgada, sobre todo cuando se cierne sobre tu historia personal un rosario de agonías y muertes, y tu niñez y adolescencia se derrumban. Ese intruso, el gran intruso en nuestras vidas es la muerte.

Literaturas.com: Se podría decir, pues, que tus novelas son la historia ilustrada de una catástrofe, el desplome de las falsedades y las mentiras por conveniencia.

Norberto L. Romero : Es el desplome total de todo cuanto nos rodea, de todo en cuanto creemos, de los valores que forman el andamiaje ético y moral de nuestra vida como seres sociales. Es la conciencia de la verdad, de la descarnada realidad ante la que cerramos los ojos, la misma de saturamos con eufemismos para pasar a su lado tangencialmente, la misma que cubrimos con el nefasto barniz de la corrección política. Porque tenemos miedo a enfrentarnos con nuestra propia verdad y la ajena.

Literaturas.com: Me ha llamado mucho la atención el magnífico modo en que ambientas tus historias, ya que, aunque situadas en un tiempo y un lugar concreto, logras que parezcan espacios oníricos, irreales…

Norberto L. Romero: Bueno, yo soy el menos indicado para hacer una crítica o un análisis de mi obra. Sospecho que esos espacios oníricos e irreales son, por un lado, una pretensión mía de otorgar a una novela o un cuento un tiempo y un espacio lo suficientemente ambiguos como para alejarlos de la circunstancia. Creo que es una forma de darles mayor universalidad, una forma de hacerlos perdurables. Ya sé que es una perogrullada, porque la perdurabilidad de una obra literaria depende de su calidad y no de su paisaje, pero bueno, a mí me ayuda a creer que así voy a pasar a la posteridad (ríe). Por otro lado, me llevo muy mal con la realidad, y ella muy mal conmigo. Nos odiamos y yo hago como si no existiera, prefiero mis propios mundos, porque aunque crueles y dolorosos soy yo quien los manejo y no ellos a mí… bueno, no siempre.

Literaturas.com: En tus novelas las pasiones aparecen soterradas, a punto de ebullición, pero no acaban de explotar, con lo que logras mantener la tensión durante todo el libro. Supongo que esto será lo más difícil de conseguir en tus novelas, esa constante tirantez, esa amenaza inminente…

Norberto L. Romero: Lo hablaba hace poco con un lector mío que descubrí casualmente en uno de esos foros de Internet en los que jamás entro, porque un lector le exponía a otro una duda respecto de “Isla de sirenas” . Le decía que el secreto de la literatura, y de todo el arte en general, es no decir jamás las cosas directamente sino sugerirlas, bordearlas, esconderlas dentro de otras. Con la tensión ocurre lo mismo, el arte es generarla y mantenerla de manera creciente a lo largo de toda la narración y hacer que estallen no en los personajes, sino en el alma o la conciencia del lector. Son los lectores los que deben padecer el drama, no los personajes, éstos son meros transmisores. Te confieso que cuando escribo soy un sádico, voy estructurando los elementos como para hacer sufrir al lector. ¿No voy a padecer yo solo, no? (ríe)

Literaturas.com: Hablemos un poco del lenguaje. Podría abrir cualquier página de tus novelas para obtener una frase con que demostrar tu estilo elegante y cuidado. ¿Qué importancia le das al estilo literario?

Norberto L. Romero: Yo no podría decirte qué es exactamente un estilo literario , y menos aún cuál es el mío; poniendo un ejemplo bastante soez, podría decirte que suele ser tan inconfundible como el propio olor a transpiración. Sabes que en una reunión eres tú el que huele y te mueres de vergüenza, pero no puedes evitarlo: es una seña de identidad. Mi preocupación por poner tanto cuidado viene de mi dislexia, que me hace confundirlo todo, invertir las palabras, confundir la d con la b . Vamos, que esa elegancia de mi estilo es consecuencia de mi propia torpeza, o de los intentos por superarla.

Literaturas.com: En esto del lenguaje, como en todo, suele haber dos extremos: los que defienden un lenguaje meramente funcional, conciso, una prosa de bisturí, y los que gustan encontrarse de vez en cuando con rasgos preciosistas. ¿Entiendo que tú estás por esto último?

Norberto L. Romero: Siendo como soy un admirador de Borges y Cortazar, creo que la respuesta es bastante obvia, aunque hay veces que la acción, los personajes, el género que toques o la atmósfera te exijan matizar la prosa de bisturí con algún que otro florilegio. ¿No te parece esta última una palabra espantosamente horrible a estas alturas? Y aunque no me lo preguntes y sabiendo que arrojo piedras sobre mi propio tejado, te diré que una gran cantidad de autores españoles pecan de estos florilegios.

Literaturas.com: Por último, ¿cuáles son tus proyectos literarios? ¿Estás trabajando en una nueva novela?

Norberto L. Romero: Tengo períodos de vagancia que alterno con otros más fructíferos. Acabo de terminar una novela llamada “Bajo el signo de Aries” , que es una especie de thriller con personajes gays y, por supuesto como es de esperar de mi retorcido cerebro, con un final bastante perverso. Y en estos momentos estoy entusiasmado con una novela de infancia y adolescencia (es la señal de que ya estoy hecho un viejo), donde, por supuesto, habrá elementos fantásticos que me permitan evadirme de esta realidad tan detestable y falsa que me hace sufrir tanto y ganar tan poco dinero (risas). Simultáneamente trabajo en algún cuento, que es como interrumpir la factura del collar para centrarte en el placer de pulir una perla.

Hasta aquí la entrevista con Norberto Luis Romero, un autor digno de leer, desde luego, pero sobre todo digno de escuchar, porque realmente resulta un placer, llegados a este punto, apagar la grabadora, pedir otro café y seguir conversando con él, tranquilamente, sobre literatura…

Blog del Parra, y Aragon Liberal, abril, 2008   Gianluca Parravicini.  Bilingüe español/italiano. (Italiano)

Te descubrí gracias a tu relato Telecita  que has definido un relato de imágenes. ¿Quisiera saber cómo consigues crear la interacción entre palabras e imágenes?

Cuando defino a «Telecita» como un relato de imágenes me refiero a que es un cuento muy visual, como casi todos mis relatos, que a veces hasta podrían filmarse. Tal vez se deba a que mi primera percepción de una idea es una especie de destello que suele venir como una imagen, a causa de mi formación básica como cineasta. A partir de ese momento elaboro el suceso, bien las acciones, a veces la trama, o bien los personajes, mediante la creación de una atmósfera en la que priman dichas imágenes, que muchas veces no son únicamente visuales sino olfativas, oníricas en muchos casos, táctiles, sensuales. Con palabras expreso esa atmósfera que siento, pero no sólo con adjetivos, que son los que habitualmente crean una atmósfera, también con la acción y reacciones de los personajes, y sobre todo con los silencios, tan importantes a la hora de narrar.

He leído que por las mañanas escribes en un bar. ¿Es éste el lugar dónde captas las imágenes que luego utilizas en tus relatos?

No, normalmente esas imágenes me llegan de cualquier forma y en cualquier momento, sobre todo por la noche estando en la cama. Cuando estoy escribiendo me aíslo de forma casi absoluta, de modo que podría escribir tanto en un bar como en una sala de fiestas: la realidad circundante suele desaparecer cuando estoy en pleno proceso creativo, cuando estoy, justamente, elaborando un mundo propio que no me es hostil y cuya voluntad está en mis manos. Dentro de ese mundo fantástico, el otro, al que llamo «vigilia», se desvanece. Es mi forma de huir de lo que no me gusta y acercarme al calor de la dicha.

Todos recordamos el pasado de Argentina, la dictadura de los generales. ¿A cuánto de todo esto se inspiran tus historias?

La verdad que poco de este pasado me llega como inspiración, sobre todo cuando mi literatura es prácticamente en su totalidad de género fantástico, pero en cada argentino (y también en cada sudamericano que, de una u otra manera, haya padecido dictaduras), persiste un fondo amargo, y éste se refleja directa o indirectamente en lo que escribimos, sobre todo cuando nos tocó vivir esa historia en etapas de la vida tan vulnerables como lo son la niñez y la adolescencia, en plena formación de la personalidad, de la identidad, etc. De manera que siempre, casi involuntariamente, como heraldos intrusos, se entrometen en alguna historia, salen a relucir de una u otra forma, porque están ahí, en el pozo de amargura donde se encharcan las malas experiencias y el dolor. Y no escribo precisamente desde el lado de la dicha, del lado amable de la vida, sino todo lo contrario: del lado oscuro.

Una pregunta personal: ¿Cuándo decidiste empezar a escribir? ¿Fue una necesidad personal o una ambición?

Que yo recuerde, escribo desde los doce o trece años, pero asumí que soy un escritor ya casi a los 30, cuando conocí a uno de mis maestros, Daniel Moyano, y él me hizo ver que yo era un escritor, no únicamente alguien que escribía en sus ratos libres. Evidentemente, escribir fue una necesidad desde siempre, porque mis ambiciones literarias siempre fueron, sencillamente, ser un buen narrador, al margen de que éxito llegue o no. No sé si lo he conseguido plenamente, pero espero hacerlo en un futuro no muy lejano.

 

¿Te puedo preguntar qué estás escribiendo actualmente? Y para terminar, una curiosidad ¿Qué libros tienes sobre la mesita de noche?

 

Hace muy poco he terminado una novela que me vi forzado a escribir entre mudanzas y viajes, esta novela me llevó unos dos años de arduo trabajo, como casi todas, y una vez acabada (siempre me ocurre) me quedo vacío e incapaz de escribir casi nada. Hasta que empiezan a acumularse unas extrañas sensaciones que parecen empujarme el cerebro queriendo salir, se asoman personajes, me asaltan las imágenes… es el momento de comenzar otra. No me ocurre lo mismo con los cuentos, que una vez acabados no me dejan agotado, han pasado por mí como una brisa. No obstante, tengo comenzada una novela: «Estado Larvario», para la que necesito distanciarme un tiempo antes de continuar, porque los acontecimientos que narro en ella son muy recientes y unas de las condiciones para escribir es ser lo suficientemente objetivo como para dominar la acción y no sea ésta la que domine al escritor. Claro que podría pasarme que de tanto distanciarme luego la novela me parezca ajena, tanto que podría abandonarla. Ya veremos.

Ahora mismo, sobre mi mesita de noche tengo a Juan Carlos Onetti, que nunca defrauda.​

 

El periódico gay, Número 4, noviembre de 2005. José Carnerero.

Pregunta. ¿Es ésta tu última novela la más gay de todas? Respuesta. En todas mis novelas y en algunos de mis cuentos hay personajes gays o bien situaciones que podríamos calificar de homo eróticas, pero en la anterior novela, «Ceremonia de Máscaras», y en
ésta última, situaciones y personajes forman parte de un mundo decididamente gay.
P. ¿Entonces, crees en la existencia de una literatura gay? R. No, en absoluto. No creo en la literatura gay como género, y encasillar la narrativa o la poesía en un género llamado gay no es correcto a mi juicio. Una novela puede tener situaciones, personajes o una ideología o esencia profundamente gay y esto no hace que debamos inscribirla en un género. Tomemos por caso a Carlson McCullers, Truman Capoté, y no creo que, a pesar de la condición sexual de estos autores y de el gran componente homoeróti-co que subyace en sus obras, puedan catalogarse como gays. Además, con estos criterios tendríamos que hablar también de una literatura lesbiana, heterosexual, transexual…
P. ¿En qué género la inscribirías, entonces?
R. Como género, podría inscribirla en el de intriga, con algo de thriller. Que los personajes sean todos gays
no la convierte en una novela de un género que, en la práctica, resulta inexistente. La homosexualidad de los personajes es una circunstancia, tanto como si fueran héteros. También podría considerarse como policial, si bien aquí no se trata de descubrir al asesino sino la razón de los asesinatos, y cuando el lector lo descubre, se encuentra con algo más terrible que el propio asesinato.
P. Recuerdo haber leído que te considerabas un escritor políticamente incorrecto.
R. Sí. Casi siempre, en mis novelas el erotismo, el sexo y la perversidad están presentes de una forma poco convencional; hay también una visión poco optimista e incon-formista de la realidad, de los hombres y de las relaciones humanas. P. Y hablando de política, ¿qué opinión te merece el matrimonio gay?
R. Creo que ya era hora de que los gays tengamos igualdad de derechos, incluso para acceder a instituciones tan obsoletas, innecesarias y
anacrónicas como el matrimonio. La esencia de la identidad gay, a mi juicio, es la transgresión y no la sumisión a los valores del sistema. Son otras las leyes que tendrían que haberse instrumentalizado, como las de la herencia, etc. P. ¿Crees que estamos cada vez más aceptados por la sociedad? R. Es el propio sistema quien nos ha puesto de moda. Somos tolerados por pintorescos mientras no exigimos derechos a cambio, pero cuando esto ocurre la derecha y ese sentimiento homófono que dormita en el alma de muchos deja de tolerarnos. Y no debemos exigir tolerancia -ese sucedáneo de la caridad cristiana- sino la plena integración en la ciudadanía y en los derechos y responsabilidades. La dignidad de los gays depende no de la tolerancia, sino de la normal aceptación de nuestra condición sexual e ideológica. Lamentablemente, el colectivo está más frivolizado que nunca, y así no creo que superemos la barrera del pintoresquismo de Chueca.
Pilar Robledo
Norberto Luis Romero es un prolijo escritor que lleva ya publicada más de una decena de libros. Cinco son novelas: Signos de descomposición; El lado oculto de la noche; La noche del Zepelin y Ceremonia de máscaras. Y cinco libros de relatos cortos: Transgresiones; Canción de cuna para una mosca doméstica; El momento del unicornio; The Last of Carnival y The Arrival of the Autunm in Constantinople. Todos estos trabajos han sido ;» publicados en España y en ¡’ Estados Unidos. Así mismo ha ; ^ escrito más de un centenar de cuentos aparecidos en revistas españolas y de otros países. Tanto sus narraciones como sus novelas, de temática poco convencional y arriesgada, han merecido el elogio de la crítica, siendo considerado un «escritor de culto». Su aire poco convencional y su visión crítica hacen de él uno de los «enfant terrible» de la literatura al mostrar la nada dulcificada imagen de una realidad homosexual diversa. El lado este del espejo, donde se reflejan las arrugas de quien se mira en él, mostrando realidades que se prefieren que estén perpetuamente metidas en el armario.